La gripe aviar
Los expertos opinan
María del Mar Fernández Poza
María del Mar Fernández Poza (Santander, 1964). Licenciada en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos (UPM). Directora de la Asociación Espańola de Productores de Huevos (ASEPRHU) y de la Organización Interprofesional del Huevo y sus Productos (INPROVO). Presidente de la Asociación Europea de Envasadores y Comercializadores de Huevos (EEPTA). En representación del sector productor y comercializador del huevo de Espańa, participa en: el Comité de las Organizaciones Profesionales y de las Cooperativas Agrícolas de la Unión Europea (COPA-COGECA), el Grupo Permanente de Producción Animal de la UE y la Comisión Internacional del Huevo.
La gripe aviar
¡Que llega la pandemia!” es la frase que en nuestro imaginario colectivo ha quedado al paso del “huracán informativo” de la gripe aviar. Lo malo es que esta vez el fenómeno amenaza con quedarse en las portadas de los medios de comunicación occidentales, manteniendo nuestra atención en el tiempo a base de nuevas sospechas de brotes cada vez más lejos de su origen asiático y más cerca del “primer mundo”. Nadie debería estar preocupado por un virus que salvo contadas excepciones solo afecta a las aves, si no fuera por las amenazas apocalípticas de posibles cambios y mutaciones que lo hagan definitivamente el virus candidato a originar la tan temida “próxima pandemia” de gripe mortal para humanos. Ello nos debería hacer reflexionar sobre si es útil o necesario trasladar a la opinión pública estas preocupaciones, y no aportar soluciones (porque difícilmente existen), o más bien hacen bueno el dicho “es peor el remedio que la enfermedad”, ya que contribuyen a generar angustia y reacciones imprevistas en un ciudadano confuso.
No es esta la primera ni será la última “crisis de pánico” originada por las autoridades (en su afán de ser precavidos y transparentes) y los medios de comunicación (cada vez más sensacionalistas), que encuentran el caldo de cultivo ideal en nuestra sociedad desarrollada, con una sensibilidad a flor de piel ante cualquier información, fundada o no, sobre las numerosas amenazas que la acechan.
Quizá lo que menos deba importarnos en este momento es si el virus llegará o no a afectar a los humanos en forma de pandemia y si nos tocará a nosotros ser los afortunados en disponer de los tratamientos con vacunas y antivirales que los gobiernos se han apresurado a comprar. Es hora de actuar seriamente para prevenir que el problema llegue a tales extremos. Y desde luego, la estrategia no pasa por dejar de comer pollo o huevos.
El origen de esta alarma es que el virus de la influenza aviar se ha hecho endémico en la población avícola salvaje de un área del mundo, el Sudeste Asiático, superpoblada por humanos, pero también por aves domésticas y salvajes, que conviven tan estrechamente que es inevitable el intercambio de riesgos microbiológicos por contacto directo, a través del agua o del aire. Donde la supervivencia de muchas familias pobres (la mayoría de la población rural) se basa en la cría de aves domésticas (patos y gallinas, sobre todo). Que carece de una red de servicios veterinarios, el primer eslabón en el campo para el control y prevención de enfermedades animales. Sin censo de explotaciones, ni sistemas de producción avanzados en términos de bioseguridad (instalaciones, manejo, formación del avicultor…). Por ello no pueden establecerse los mecanismos habituales en países desarrollados para atajar el problema sanitario de la influenza aviar. Y por último, los estados afectados no están en situación de indemnizar a los propietarios de las aves muertas o sacrificadas por la enfermedad. ¿Qué afectado tendrá interés en declarar que sus aves han muerto, si va a ser directamente perjudicado, si no por la gripe, por la ruina económica?. Hoy el riesgo de una posible pandemia no es tema de debate mundial porque hayan muerto sesenta personas afectadas por el virus de la influenza aviar en los últimos años, cifra realmente baja respecto de la población teóricamente expuesta al virus. El riesgo es que, de no actuar en el origen sobre las condiciones que facilitan el contagio del virus a humanos, éste acabará “acomodándose” a la nueva especie huésped, bien originando una enfermedad leve (como hacen los virus de las gripes estacionales) o bien causando una gran mortalidad en las personas afectadas. Es esta última la opción que debe evitarse, y a ello deben dirigirse todos los esfuerzos.
La Unión Europea y otros países desarrollados han sufrido recientemente brotes de influenza aviar del tipo H5 o H7, que se han erradicado por las vías establecidas por los organismos especializados: evitando la propagación de la enfermedad en el lugar del brote y alrededores, controlando los movimientos de aves, productos derivados, vehículos, personal o material de las zonas de riesgo, sacrificando obligatoriamente aves domésticas, en algunos casos vacunando de forma preventiva los animales de la zona colindante…e indemnizando a los afectados. Sabemos cómo debe controlarse la influenza, y lo que cuesta. Por eso es tan difícil que las cosas se hagan de la misma forma en lugares donde ni la organización social, ni la economía, ni la cultura lo facilitan.
La vocación de las organizaciones internacionales que afrontan el control de la influenza aviar en el Sudeste Asiático es disponer de recursos para erradicar el virus en los animales de las zonas en los que se ha hecho endémico. De ahí las alarmas y el llamamiento a la conciencia y la preocupación de los países ricos, y por eso el eco generado por sus comunicados. Se buscaba una respuesta en términos de solidaridad con los afectados, para prevenir problemas propios en el futuro. Y hemos visto el resultado, de efecto opuesto. Estamos embarcados en una carrera contra reloj del mundo “rico y occidental” por conjurar su propio riesgo. Los consumidores por un lado tratan de “blindarse” no consumiendo productos avícolas (sin atender las advertencias de que eso no sirve de nada), y los gobiernos intentan acaparar los medios de prevención, escasos y posiblemente ineficaces, que hoy se comercializan en forma de vacunas (de la gripe común) y de antivirales (también contra el virus de la gripe común). Todo ello en medio del alarmismo de los medios de comunicación, que han estirado hasta la saciedad los aspectos más truculentos de la que han bautizado como “gripe del pollo”, combinado con las actitudes de algunos políticos preocupados por conseguir protagonismo haciendo materia de debate público lo que debiera ser, por sentido común y estrategia de Estado, llevado con la mayor discreción.
Estamos en la fase del “sálvese quien pueda”. Y no es bueno que la sociedad lo adopte como máxima ante retos tan serios como el que afrontamos. Si quienes deben dar ejemplo de sensatez no están hoy a la altura, no podremos extrañarnos de que la sociedad responda con actitudes irracionales cuando se le pida responsabilidad, paciencia y comprensión si la situación empeora.
Ayudar a quienes sufren ahora el problema es en este caso la mejor forma de ayudarnos. Y una lección de generosidad para quienes no son tan afortunados como nosotros.