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¿Etiquetas o prospectos?

Los expertos opinan

Roberto Xalabarder

ingeniero Químico del Instituto Químico de Sarrián, licenciado en Farmacia por la Universidad de Barcelona y Técnico Bromatólogo por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado como Director Técnico de Laboratorios Farmacéuticos; Director Técnico de la Industria Alimentaria; Director de I+D en Multinacional dedicada a la obtención y comercialización de aditivos. Desde 1992, es presidente de AFCA (Asociación de Fabricantes de Aditivos).

¿Etiquetas o prospectos?

Parece que hay una tendencia, creciente, a convertir la etiqueta de un alimento en un prospecto farmacéutico de medicamento en aras de la seguridad. Y la seguridad, aunque se acostumbra a referir solamente a la sanitaria, comprende tres aspectos: Identidad: quiero aceite de oliva y no mezclado con aceite de avellana. Quiero lenguado y no fletán. Es un derecho del consumidor aunque, nutricionalmente, el fraude quizás le sea más beneficioso. Seguridad nutricional: La composición en proteínas, vitaminas, etc. que señala la etiqueta ¿están realmente disponibles por el organismo?: Las vitaminas pueden haber desaparecido, las proteínas desnaturalizado y las grasas oxidado. Y, finalmente, la seguridad sanitaria: ¿me hará daño?.

La legislación apremia a que se den estas seguridades al consumidor a través de la etiqueta. Una etiqueta que, ojalá!, todos supieran leer e interpretar pero que todavía falta mucho para que, una gran mayoría de consumidores, tenga la formación precisa.

Si en la etiqueta leyera “coágulo de secreción animal con microbios” seguro que rechazaría con asco el “yogur”, descrito así. “¡Mire qué porquerías ponen en los alimentos: aceite de mono!”. Y cuando se le pide que lea atentamente aceite mono insaturado tampoco se tranquiliza: Sí, encima minusválido el animalico!.

Pero esta información en la etiqueta ya va superando los límites de lo sensato. Cuando leemos un prospecto farmacéutico quedamos inquietos y preocupados por una serie de posibles efectos secundarios e incompatibilidades, con palabros rarísimos y precauciones a tener en cuenta. Y, en la etiqueta de un alimento, ya van apareciendo palabros, malditos unos (aditivos, transgénicos) y bienaventurados otros (omegas, oligosacáridos) sin que, en ninguno de los casos, el consumidor medio sepa de qué va la película.

Digo que se van superando los límites de la sensatez. Pongamos un ejemplo de lo que sería una etiqueta ideal para que cumpla el mandato de que no deje lugar a dudas en cuanto a su composición, calidad, cantidad, origen, procedencia, calorías, consejos de conservación….: Galletas con frutos secos y cobertura de chocolate.

Composición de las galletas: Harina de trigo (contiene gluten, no apto para celíacos), harina de maíz (no podemos asegurar que no contenga restos de OMG), azúcar de caña refinado (abstenerse los diabéticos y a los que los sulfitos provoquen asma) y manteca de vaca (adjuntamos certificado veterinario sobre la salud del animal, criado en Irlanda con pasto natural y sacrificado el x/x/x).

Frutos secos: avellanas turcas, nueces búlgaras (excelentes para prevenir riesgos cardíacos) y cacahuetes del Senegal, exentos de aflatoxinas. Todos los frutos con cáscara, excepto el coco, pueden resultar alergénicos y, muy especialmente, los cacahuetes.

Cobertura de chocolate: Cacao (contiene teobromina y adamantina que pueden producir migrañas, estados de agitación e, incluso, dependencia), manteca de cacao con un 20% de otras grasas vegetales (palma, babassu) hidrogenadas (ácidos grasos trans).

Aditivos: Antioxidantes: E-320 y 321; Estabilizantes: Polirricinoleato de poliglicerol y Sorbitol (efecto laxante si se comen tres cajas de galletas seguidas). Aromas: Vainillina (idéntico natural).

Después vendrían las informaciones nutricionales: Composición cuantitativa de todos los ingredientes, incluyendo vitaminas y minerales. Y, si están “enriquecidas”, largas parrafadas sobre fibras, omegas, fitoesteroles y sursumcordas, loando sus beneficios saludables.

Luego, las indicaciones de conservación: Mantener la caja cerrada a temperatura entre 6 y 22 grados Celsius (en Fahrenheit, si es para exportación) y a una humedad relativa inferior al 73%. Consumir preferentemente a oscuras y antes del (cifra borrosa). Y las de trazabilidad: Estas galletas han sido elaboradas en …… el día…. por…. y envasadas el día…. por…

Y, puestos ya a informar, veríamos algunas de las “advertencias” que ya van apareciendo para evitar reclamaciones:

  • El chocolate puede mancharle la ropa si se mete las galletas en el bolsillo.
  • Puede atragantarse si no las mastica bien.
  • Tire las migajas a un contenedor hermético y, en todo caso, no las deje al alcance de los niños si sospecha que alguno de los componentes declarados puede resultarles dañino.

¿Exagerado?……….. ¡Ojalá!.

No se trata de ocultar información pero esta sobreabundancia hará imposible incluirla en muchos productos presentados en envases pequeños y, en todo caso, esta información debe ser entendible por el consumidor. Ha de coincidir la información con la formación alimentaria y aunque, ciertamente, va aumentando el número de consumidores formados, todavía quedan muchos que no tienen otro criterio de aceptación o rechazo que la confianza o desconfianza hacia el informante Y así hemos llegado a un rechazo de las grasas, simultánea a una aceptación de los lípidos y, sobre todo, a una adoración por lo natural (¿sopita de cicuta, ensalada de setas amanites, vasito de petróleo?… todo muy natural).

Sería más que deseable una asignaturia, obligatoria, de Alimentación y Nutrición a impartir durante todos los estudios primarios y secundarios para que después, libremente, el consumidor pueda decidir aditivos sí o no, transgénicos sí o no, fitoesteroles sí o no… pero sabiendo de qué se trata en cada caso. Mientras, seguirá siendo víctima de engaños i de alarmas interesadas. Alarmas que, en algunos casos (pocos), son justificadas pero que, en su mayoría, son simples bulos y mentiras, esparcidas con la técnica de Maquiavelo (calumnia, que algo queda) que promueven, interesadamente, una desconfianza hacia la Industria y hacia la misma Administración. Y sería bueno recordar que la verdadera alarma que se dio históricamente (y que se sigue dando todavía en demasiados países) fue: se ha perdido la cosecha.

Es deplorable que no se tenga conciencia del enorme y constante trabajo que se lleva a cabo, nacional e internacionalmente, para asegurar que todos los alimentos que hoy están a nuestra disposición, en la oferta más extraordinaria que jamás se dio en toda la Historia, sean sanos y saludables.

Pero terminemos con la etiqueta: La etiqueta ha de informar, no de preocupar. Comer con prevención comporta una mala asimilación del alimento pues nuestro cuerpo ya se pone en guardia y el metabolismo no será el adecuado. Las últimas disposiciones sobre alergénicos no harán sino aumentar nuestro recelo dado que cubren prácticamente toda clase de alimentos, a menos que se especifique claramente que la advertencia va dirigida exclusivamente a quien ya sabe que es alérgico a la leche, a los cacahuetes o a cualquier otro ingrediente o aditivo en particular.

No es fácil compaginar la información solicitada con la utilidad y comprensión de la misma. Habrá que plantear alguna forma de establecer vías de información, creíbles, para que la información coincida con los distintos niveles de formación. Y, en todo caso, se trata de comunicar con la seriedad y respeto que merece el consumidor; no simplemente halagándole o mimándole.