Alimentos funcionales, etiquetado y alegaciones de salud
Los expertos opinan
Gregorio Varela Moreiras
Doctor en Farmacia por la UCM; Catedrático de Nutrición y Bromatología de la Facultad de Farmacia de la Universidad San Pablo-CEU en Madrid; y Director del Departamento de Nutrición, Bromatología y Tecnología de los Alimentos de esa misma Universidad. Ha sido Decano de la Facultad de Ciencias Experimentales y de la Salud; Profesor Titular de Universidad en la Facultad de Ciencia y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Burgos; e Investigador Contratado en el Instituto de Investigaciones Biomédicas (CSIC) de Madrid.
Alimentos funcionales, etiquetado y alegaciones de salud
Hoy en día, cuando elegimos los alimentos que constituyen nuestra dieta, no se seleccionan simplemente con el único deseo de satisfacer unas necesidades primarias, sino que se buscan alimentos con un valor añadido: más apetitosos, más frescos, más naturales, de mejor color o textura, más nutritivos, en definitiva, más sanos. Esto nos indica que en una sociedad desarrollada, como la que por suerte nos ha tocado vivir, se han superado prácticamente los conceptos de hambre y necesidad y se ha introducido un nuevo concepto, el de alimento saludable o funcional, con una gran acogida por parte del consumidor, y también muy bien aprovechado por parte de la industria alimentaria.
El término “alimento funcional”, utilizado por primera vez en Japón a principios de los años ochenta, es una denominación genérica que representa más un concepto que un grupo bien definido de alimentos, y engloba a todos aquellos alimentos o componentes alimentarios que poseen unas propiedades que son beneficiosas para la salud, que van más allá de las claramente atribuidas a los nutrientes esenciales que contienen.
En la actualidad existe cierta confusión en la terminología creada alrededor de este nuevo conjunto de alimentos, debido tanto a la identificación de un número cada vez mayor de alimentos o componentes alimentarios con efectos potencialmente beneficiosos sobre la salud, como a la amplia diversidad de términos empleados en los distintos lugares donde el desarrollo de alimentos funcionales es más evidente, como son Japón, Estados Unidos y Europa, fundamentalmente. Las condiciones generales que debe cumplir un alimento funcional, aceptadas de un modo más generalizado en el ámbito internacional, son las siguientes:
Debe producir efectos fisiológicos beneficiosos sobre el estado de salud físico o mental, y/o reducción del riesgo de enfermedad.
Las citadas propiedades sobre la salud deben estar demostradas mediante una sólida y verdadera base científica.
El componente alimentario responsable de sus efectos fisiológicos debe ser caracterizado por sus propiedades físicas y químicas, así como identificado y cuantificado por los métodos analíticos disponibles.
El compuesto citado tendrá que haber sido evaluado en colectivos humanos en relación con su absorción, distribución, metabolismo, excreción y mecanismos de acción.
Debe ser efectivo en todos los miembros de una población o grupo específico de la misma, que tendrá que estar claramente definido, por edad, constitución genética, etc.
Debe mantener las características propias de un alimento, es decir, no puede presentarse en forma de píldoras, cápsulas, comprimidos, polvos, etc., permitiendo integrarse en la dieta normal.
Las cantidades de consumo necesarias para manifestar sus efectos beneficiosos tienen que ser las habituales en un patrón normal de alimentación.
Las características específicas que un alimento debe tener para ser incluido dentro de la categoría de funcional, varían ligeramente dependiendo del país o zona geográfica considerados. Mientras que en unos países, es imprescindible que los alimentos o sus ingredientes sean de origen natural, no es así en otros, donde se incluyen dentro de esta categoría los alimentos de diseño, obviamente no naturales. Por tanto, un alimento funcional, dependiendo del país considerado, puede ser uno de los incluidos a continuación:
Alimento natural.
Alimento procesado, al que se le han adicionado o eliminado ciertos componentes, mediante métodos tecnológicos o biotecnológicos.
Alimentos en los que la composición de uno o más de sus componentes (nutrientes o no nutrientes) se ha modificado, mediante técnicas de ingeniería genética, con el fin de aumentar sus características funcionales.
Alimento en los que tecnológica o biotecnológicamente se le ha modificado la biodisponibilidad de uno o más de sus componentes.
Cualquier combinación de las posibilidades reseñadas anteriormente.
Por tanto, en el sentido más amplio de este concepto, un alimento funcional puede ser un alimento tradicional, como por ejemplo el pescado, por su alto contenido en ácidos grasos omega-3, un alimento modificado, como la leche enriquecida con omega-3, o bien, un componente alimentario, como los propios ácidos grasos omega-3, que tienen propiedades cardiosaludables.
El lenguaje de las etiquetas: información nutricional
Las etiquetas pueden decirnos mucho sobre un alimento: deben mostrar su nombre y descripción, los ingredientes y fecha en la que debe ser consumido. De esta forma, los alimentos envasados o empaquetados presentan las cantidades de energía y nutrientes del producto en su etiqueta. La información sigue dos tipos de formato:
Los 4 grandes (Big 4) que da información sobre energía, proteína, hidratos de carbono y grasa.
Los 4 grandes más Los 4 pequeños (Little 4) que se refieren a los anteriores, más ácidos grasos saturados, azúcares, fibra y sodio.
Las cantidades de cada nutriente deben referirse a 100 g ó 100 ml y, a veces, a ración o por paquete o envase.
La información sobre el contenido de minerales y vitaminas también puede aparecer en la etiqueta si el producto contiene por lo menos el 15% de las ingestas recomendadas diarias del nutriente. La información nutricional completa obliga, especialmente, cuando se hace algún tipo de alegación nutricional en la etiqueta del producto, por ejemplo bajo en grasa alto en hierro.
Hay numerosos estudios que muestran que los consumidores tienen con frecuencia dificultad para interpretar el etiquetado nutricional. Por tanto, parece que, a pesar de la ventaja que representa el etiquetado nutricional, es necesario una educación nutricional que ayude a entender una información que va hacer posible una buena elección al comprar los alimentos.
Para terminar, es interesante mencionar que recientemente se ha manifestado, por parte de especialistas en nutrición, una cierta preocupación por la posibilidad de un consumo abusivo y desordenado de alimentos enriquecidos. Es necesario recordar y concienciar que una dieta basada en alimentos funcionales no es sinónimo de dieta equilibrada y variada. Debemos ser conscientes de que los alimentos funcionales en general, no son una panacea, y aunque pueden ayudarnos a mantener o a mejorar nuestro estado nutricional y nuestra salud en determinadas situaciones, lo realmente importante es desarrollar unos hábitos alimentarios y de vida saludables, que incluyan el consumo de una dieta equilibrada y variada en los distintos grupo básicos de alimentos, y la práctica, de forma regular y moderada, de actividad física.