El ser humano se relaciona con el mundo que le rodea a través de información vital que le proporcionan los sentidos. Se dice que la capacidad de percepción de los sentidos, como el gusto, el tacto o el olfato, es el indicador de la vida; a medida que una persona envejece, estos pueden volverse menos agudos y más difíciles de percibir.
Una persona tiene alrededor de 9.000 papilas gustativas, a través de las cuales percibe los sabores dulce, salado, ácido, amargo y umami (un sabor asociado con alimentos que contienen glutamato). El sentido del gusto es una combinación de las sensaciones que recogen las papilas gustativas en la lengua y del sentido del olfato, que son trasmitidas al cerebro, donde la información se combina para que se puedan reconocer y apreciar los sabores.
Pero lo cierto es que el número de papilas gustativas disminuye con la edad. A medida que nos hacemos mayores, la boca produce menos saliva, y esto puede causar resequedad en la boca, afectando al sentido del gusto.
Generalmente, los sentidos se desarrollan desde el nacimiento hasta los 40 años; de los 30 a los 50 se expresan en su máxima plenitud y en ese momento empiezan a declinar. A partir de los 60 años, incluso los individuos sanos manifiestan una pequeña disminución en la intensidad con que se perciben los sabores.
Esta pérdida de sensibilidad puede afectar a la nutrición, ya que se pierde el sabor de la comidas, reduciendo el interés y el placer al comer y en ocasiones la ingesta, con riesgo de desnutrición. Además de influir en el disfrute de la comida, el gusto y el olfato juegan un papel importante en la seguridad de los alimentos, ya que permiten detectar peligros, como el de la comida descompuesta, los gases y el humo.
Aunque es cierto e inevitable que el gusto cambie con la edad, existen ciertos factores que ayudan a acelerar la pérdida de los sentidos del gusto y del olfato, como algunas enfermedades, el tabaquismo o la exposición a partículas dañinas en el aire.
MedlinePlus